viernes, 28 de diciembre de 2007

Fog, sweet fog

Madre mía. No recordaba lo que era la niebla en esta ciudad. No se ve a más de 20 metros. Es como si toda la ciudad hubiese sido construida dentro de un cuarto de baño gigante y el hijo de puta del propietario llevase dos días duchándose con el agua caliente al máximo. ¡¡Abre la puerta cabrón, que nos vamos a asfixiar!!

Recuerdo cuando estaba en la Universidad y nos desplazaron, por fin, al nuevo edificio de Telecomunicaciones e Informática. Lo construyeron en medio de un descampado, literalmente en el medio, y muy cerquita del cementerio de la ciudad. Bajó una de esas nieblas castellanas que se tiran dos días con nosotros. Entre la densidad de la misma, el sueño matutino, y que no había vida (incluida la vegetal) a menos de 100 metros alrededor del edificio en el que nos encontrábamos, daba la impresión de que estábamos aislados del mundo, y de que cualquier intento de huida de nuestra particular prisión acabaría con la muerte por agotamiento y hambre del fugado, perdido entre la inmensidad de la niebla sin encontrar el camino que lo llevase a un simple chocolate con churros, que es lo que apetecía (más que la típica partidita de mus y la cerveza). Era como estar en Alcatraz.

Eso sí, durante esos días aumentaba la asistencia a las aulas como no lo hacía en todo el año, y el profesor que durante todo el curso había estado solo en clase con los alumnos pelotas y empollones, ahora se veía desbordado en sus capacidades docentes ante un público masivo.

Seguro que en Siberia las aulas están repletas a diario.

La facultad de Informática de Valladolid

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