martes, 1 de enero de 2008

Calor en Suiza

Dos de los viajes que más he disfrutado últimamente han sido los últimos a Suiza.

El primero, a Zurich, vino provocado por la asistencia a un curso de varios días en las oficinas de una empresa "rival-pero-compañera" de aquella ciudad. El curso originalmente estaba organizado para los empleados locales, pero invitaron a gente de mi empresa a asistir. Otro compañero mío fue a una convocatoria anterior, y yo fui, solo, en esta segunda oportunidad.

Fue la semana más calurosa allí de todo el año, alcanzando en ocasiones los 35ºC, y el curso terminaba a las cuatro y media de la tarde, así que me propuse disfrutar de la estancia.

Hubo problemas para conseguir una habitación en un hotel céntrico, por lo que acabé en pequeño establecimiento de las afueras, pegadito a las montañas que rodean la ciudad, y bien rodeado de verde por todos sus costados. Afortunadamente el transporte público funciona de maravilla, por lo que no fue un gran inconveniente. Mayor problema supuso la falta de aire acondicionado en la habitación y su sustitución por un precioso, pero inútil, ventilador de 10 euros en el Carrefour.

Dediqué esas tardes calurosas a recorrer el centro de la ciudad, que lamentablemente en estos viajes, sólo se suelen vivir de noche y de camino a un lugar donde cenar. Recorrí la ribera del río por ambos lados, caminé por la calle más comercial en donde se pueden encontrar maravillosas maneras de tirar grandes cantidades de dinero en pequeñas cosas brillantes, y vi cómo los paisanos combaten el calor inesperado... saltando desde el último puente de la ciudad al lago.

Sí, como lo leéis. Uno de los lados del enorme lago que está accesible a la ciudad está ocupado por un enorme parque con un puerto deportivo. El resto, desde el puente hasta donde alcancé a pasear aquel día, está repleto de gente en bañador que aprovecha para refrescarse en el centro de la ciudad.



También disponen de playas artificiales montadas en plataformas sobre el río, para aquellos que quieren un poco más de intimidad y se lo pueden permitir.

Me encantan las ciudades antiguas europeas, los edificios, las calles peatonales, los tranvías...

Una de las cosas que más me sorprendió de esos días fue la música. Estaba por todas partes, y no me refiero a garitos con la música a todo volumen y la puerta abierta, haciendo competencia unos con otros.

Me refiero a música en la calle, músicos de verdad tocando en directo. En particular hubo dos que me dejaron alucinando: un acordeonista tocando como un virtuoso en un soportal debajo de un edificio histórico (el eco que ofrecía el lugar convertía aquello en todo un concierto sinfónico), y un grupo de 4 ó 5 chavales tocando en una pequeña plaza peatonal que disponía de un par de restaurantes con terraza. Cantaba una chica negra con una voz impresionante, y se dedicaron a hacer versiones de blues y soul que tenían a todos los presentes, entre los que me incluyo, hipnotizados. Después de poder disfrutar de cuatro o cinco temas suyos, se despidieron apresuradamente con un "Nos encantaría tocar más, pero la policía está en camino".

Es ese sabor europeo de ciudad acogedora que me encanta.

En el segundo viaje que hacía mención al principio, esta vez con un par de compañeros de trabajo, tuve la fortuna de estar en Berna durante la semana en la que se celebraba un festival de arte en la calle. Música, teatro y todo tipo de actuaciones. Los participantes iban rotando durante el día de un puesto a otro, por lo que podías volverlos a encontrar horas después en tu camino. Entre ellos, puestos de comida y bebida, para invitar a pasar la noche en la calle. Una auténtica maravilla.

Es otra clase de turismo, es otro estilo de ciudad. El peatón tiene prioridad, eso fomenta la conservación de los edificios y el pequeño comercio.

Que mal lo han hecho en mi ciudad natal todas estás décadas...


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