miércoles, 23 de diciembre de 2009

De pintxos en Donostia

Nos propusimos hacer una escapada antes de la sobredosis de familia(s) de las navidades, así que utilizando los puntos que se acumulan de tanto viajecito oficial, reservamos 4 noches en el María Cristina de San Sebastián.

Un verdadero lujo, tanto por el hotel como por la ciudad.



La única pega es que el lugar no tenía parking propio, y como está en el centro y además a la Bestia no se la puede dejar al descubierto para que no me la llenen de babas (<--- broma), tuvimos que tirar de un aparcamiento público anexo al edificio, donde estuvo la mar de bien.

El hotel está a pocos metros del Kursaal, el centro de congresos de la ciudad, al otro lado del río, y a dos minutos andando de la parte vieja, por lo que lo tuvimos todo a mano.

Lo primero que me sorprendió es el uso del euskera que se hace en la ciudad. Primero porque se habla más de lo que yo pensaba para una capital, siempre pensé que sería mucho menos escuchado que en las poblaciones más pequeñas, y segundo porque lo mezclan casi sin darse cuenta con el castellano, entre ellos, soltando unas frases en uno y otras en otro durante una misma conversación. En casos como éste, o como el de Cataluña, siento envidia, de verdad.


Pero la estrella de la ciudad sin duda es la cultura del pincho (pintxo). Aquello en la zona vieja es un no parar. Cualquier bar tiene como carta de bienvenida una barra que no se utiliza como en el resto del País para poner las cañas, si no para llenarla a rebozar de platos llenos hasta arriba de pinchos, con varias docenas de variedades, y que el visitante coge a su antojo mientras pide de beber. Al final, se confiesa a cuántos ha ascendido el pecado, y se paga religiosamente, y con plena confianza el uno en el otro. Y así de bar en bar, uno detrás de otro en la misma calle, cada uno con un tipo de gente o de música de ambiente, pero todos girando alrededor del pincho.

Su siguiente joya es la Playa de la Concha, un lugar precioso que empieza en el Ayuntamiento y termina en el Peine de Los Vientos (bueno, técnicamente el último tramo es otra playa) y dónde la gente se lanza a pasear antes de comer como lo podría hacer en el Paseo de Zorrilla de Valladolid, pero por la arena, y a ese peculiar ritmo vasco tan alegre.


Coincidió que uno de los días que estábamos allí fue la festividad de Santo Tomás, donde manda la chistorra, la sidra y los trajes típicos, y una pobre cerda de 350 kilos ve a su alrededor como los humanos devoramos los restos de sus congéneres. Hasta arriba de gente.

En definitiva, un destino muy recomendable en el que, como buena tierra del norte, se como y se bebe como en pocos sitios.