martes, 21 de octubre de 2008

Viaje sorpresa 1

Fue un viaje sorpresa, aunque planeado a escondidas. Arrancó de la Ciudad Condal con un destino oculto que se fue desvelando a lo largo del día. El mostrador de Air France daba a suponer que París era donde nos dirigíamos, pero sólo era el lugar donde íbamos a aterrizar.

Había volado poco con esa compañía aérea y en lo que respecta a este trayecto que narro, la verdad es que todo fue excelente. Puntualidad, atención, condiciones del avión, comida (gratis, Iberia, gratis, en turista). En el aeropuerto de destino, buena señalización, y accedimos al tren con facilidad. Sabía que tendría que cambiar de línea en Sant Michelle-Notre Dame, así que copramos billete hasta el centro de París, zona 1. Sólo una pega a esta parte. Las máquinas de comprar billetes para el tren no aceptan billetes, sólo monedas y tarjeta de crédito. Contando con que el billete desde el aeropuerto Charles de Gaulle al centro son algo más de 8 euros por persona, parece un problema, sobretodo si te das cuenta cuando llegas a la máquina después de hacer cola durante un buen rato.

De agradecer que tanto en el aeropuerto como en todas las máquinas automáticas, exista la lengua de Cervantes como opción. Siempre me ha hecho gracia lo reticentes que son los franceses a hablar en inglés.

En la estación antes nombrada, salimos a comprar el billete hasta Versalles, nuestro destino, y allí viví una curiosa escena que me dio qué pensar. Me acerqué a la ventanilla, y después de un corto intercambio de palabras en inglés con el funcionario de turno, éste se puso a teclear en el ordenador para expedir los tickets en cuestión. Se me acercó una chica y me preguntó algo en francés. Deduje que me pedía permiso para preguntar algo al dependiente, y le hice un gesto que significaba "no tengo ni idea de lo que me has dicho, pero adelante". Ella empezó a hablarle al hombre del otro lado del cristal, pero éste no le hizo ni caso. Como parecía que ella tenía prisa, golpeó el cristal. El hombre siguió sin desviar la mirada de la pantalla del ordenador, así que ella decidió dar golpecitos al micrófono por el que nuestra voz llegaba al otro lado, y entonces fue cuando el aludido le echó una mirada asesina que ella entendió a la perfección. Me miró con cara de pena. El hombre terminó de atenderme, y cuando hice sitio para que mi acompañante al lado cliente del cristal fuese atendida, la invitó a ocupar mi lugar con un gesto que claramente quiso decir: "Ves qué fácil, ahora te toca a ti".

Maravilloso

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