domingo, 25 de abril de 2010

Volando con Ryanair

Podríamos empezar con el tópico de que "lo barato sale caro al final", pero vamos a intentar hacer una descripción objetiva de los hechos y después daremos una opinión.

Para empezar, la facturación fue online, con la condición de que si no se realizaba así, se pagaría un recargo. Me  pregunto yo si el sueldo de la persona que está en su mostrador de facturación dependerá del número de viajeros que facturen allí, para ahorrar costes. Porque si ya tienen a alguien trabajando, que lo mismo dará que vayas tú o no, para ellos es el mismo coste.

Después pagas si facturas maleta. Lo mismo. Si el avión tiene la bodega sí o sí, quizás  la utilicen para transportar mercancías y sacarse unas pelillas con el viaje. Que no me extrañaría nada.

Como consecuencia de esto, todo el mundo intenta llevar como equipaje de mano todo lo que pilla, lo que hace que algunas maletas no pasen el control de medidas de la entrada, y al final sean facturas irremediablemente. €€€€ por todos lados.

La primera sorpresa fue al llegar a la puerta de embarque. Por la hora, ya debería estar abierta, pero allí no había nadie, ni tan siquiera público, y además, aparte del código y destino del vuelo, aparecía una mensaje de "Nueva puerta". En la pantalla general lo mismo, se supone que ésa era la nueva puerta, pero no había nadie. De repente, una muchedumbre ruidosa aparece por los pasillos de la terminal, y se agolpa a nuestras espaldas en una desordenada fila.

¡¡¡¡Un minuto!!!, un minuto después de que toda la marabunta llegase a la "Nueva puerta" procedente de una "antigua puerta", micrófono y pantalla anunciaban al unísono un nuevo cambio , seguido de numerosos improperios lanzados por el público que ya comenzaba de nuevo la carrera por la terminal. Porque claro, con Ryanair no hay asiento asignado, así que la gente lucha por colocarse primero, como en el autobús.

Cuál es mi sorpresa que  entre puerta y puerta, uno de los más madrugadores me dice que ese ya era el tercer o cuarto cambio de puerta de ese vuelo... Inexplicable, sobre todo cuando el último había durado unos escasos minutos como válido.

Cuando estábamos ya en una nueva cola de espera, vemos con asombro que el avión estaba llegando aún al finger, lo que significaba mínimo otros veinte minutos de retraso más, añadidos a los que llevábamos. Me pregunto si el avión también estuvo dando vueltas por la terminal de puerta en puerta...

Ya en el avión, durante el viaje, me sorprendió la azafata. Una mezcla entre Aída, la de Telecinco, y la Belén Esteban, estaba de cachondeo con los viajeros y me hizo plantearme ciertas dudas sobre sus habilidades en caso de emergencia (aunque sólo tenéis que ver a su jefe, el de las fotos)...

Pero sin duda lo peor del viaje y los más asombroso para un novato en estas lides, fue la megafonía. Aquello era como estar viajando encerrado en el estudio del Teletienda. Hubo anuncios sonoros y venta de cupones de lotería, cigarrillos sin humo, hamburguesas... los locutores describían las virtudes de los alimentos ofrecidos en la carta como vulgares relaciones públicas en la calle Huertas de Madrid, intentando convencerte para tomar una copa en su local.

Pero el colmo del trayecto fue el aterrizaje. Tan pronto como el avión tocó tierra (bien fuerte eso sí), un toque de corneta llamando al ataque de la caballería sobresaltó al pasaje, que no sabia si había aterrizado en un aeropuerto o había terminado su viaje en una atracción de las ferias de su pueblo.

Pero nos faltaba el desembarco. Nuestro destino, un aeropuerto pequeño en una isla, parecía ser que no esperaban nuestra llegada. En lugar de usar uno de los fingers libres, el piloto decidió aparcar lo más cerca de la valla del recinto posible, y a la vez alejado de la puerta de salida. Pero, en vez de tener una flota de vehículos esperando a que la aeronave parase los motores para descargar humanos y mercancía, allí no había nadie. Esperamos, esperamos y esperamos, y al final el piloto comunicó al pasaje que "parece ser que están muy ocupados aquí hoy y nos va a tocar esperar un poco". Unos 40 minutos calculo que tardó en llegar un autobús (el segundo algo más, claro).

En el viaje de vuelta solo añadir que cuando nos creíamos afortunados porque ya habían desplegado y acoplado el finger a nuestra llegada a Madrid, parece ser que la puerta no quiso abrirse (o que no aparcamos donde debíamos, dijo algún pasajero), y al final bajamos por la puerta de atrás de nuevo a un autobús.

Conclusiones:

Servicios ninguno. Ellos ponen lo básico, el avión y el combustible (de momento), el resto es de pago. Hoy decían que lo próximo que se espea es que el servicio funcionará con monedas. Y de nuevo, todo esto NO AHORRA COSTES, porque el baño requiere del mismo personal, sino que aumenta ingresos.

Última prioridad. En los aeropuertos son el último mono, y claro, los pasajeros más aún. Y ya sospecho que incluso son blanco de putadas, como esa de cambiarles de puerta tres o cuatro veces en media hora.

Compromiso cero. Tus planes deben ser muy flexibles para jugártela con empresas de este tipo. La probabilidad de que necesites modificarlos es bastante alta.

Barato, a veces. Más allá de la oferta de turno por un euro (más gastos y tasas) la diferencia es bastante poca, por no llegar a decir que te sale más caro, si valoramos lo que tienes que aguantar en comparación con otras líneas por precios equivalentes.

Y ahora sí. ¿Merece la pena? Pues oye, si te vas para un mes, consigues una oferta por unos míseros euros y tu nivel de relajación te permite aguantar viajar en una avión como si fueses en una excursión del colegio patrocinada por varios anuncios, pues sí. Pero si no, creo que yo no vuelvo a montar en un avión amarillo y azul.